Se acaban de definir en la Asamblea de Naciones Unidas en Nueva York los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que marcarán el camino a un mundo más equitativo y sostenible en 2030. Si bien esta nueva agenda de desarrollo es muy ambiciosa y soñadora (¿por qué no?), es posible de lograr con un claro compromiso de los estados y de los distintos sectores, incluyendo el privado.
Los ODS abordan diversos temas, todos loables, para poner fin a la pobreza y el hambre, luchar contra la desigualdad y la injusticia, y hacer frente al cambio climático.
Hoy quiero referirme específicamente al segundo de estos objetivos: “poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria, la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible”.
El hecho de que erradicar la malnutrición esté en segundo lugar en una agenda de 17 puntos muestra que esta es una prioridad global. El logro de esta meta y de la número 1, que busca erradicar todas las formas de pobreza, tendrá sin duda un impacto muy positivo en la consecución de objetivos tales como educación, salud, igualdad de género, acceso al agua y la energía, garantizar la producción sostenible, entre otros.
La desnutrición y la pobreza son la cara más dolorosa de ese mundo inequitativo en el que aún vivimos: ambas se correlacionan e influencian, y ambas permiten predecir, muchas veces, el futuro de quienes nacen bajo estas condiciones adversas. La desnutrición es a su vez una suma de diversos factores: hambre prolongada, falta de acceso a alimentos, al cuidado, a la salud, a higiene y saneamiento, entre otros.
Creo, como un defensor de la nutrición adecuada de nuestros niños sin distingo de regiones o estratos sociales, que todas las acciones en pro de la nutrición pueden apalancar positivamente el logro de los otros objetivos. Naciones Unidas estima que erradicar la desnutrición evitará pérdidas anuales de entre un 8% y 11% del PIB. Una investigación del Copenhagen Consensus Center asegura que invertir en la nutrición de los niños resultaría en 45 pesos de beneficio social y económico por cada peso invertido.
En el marco de las discusiones de esta agenda de desarrollo ‘pos-2015’, y como presidente de la junta directiva de la Fundación Éxito, tuve la oportunidad de estar en Nueva York para participar en distintos eventos que alentaban la discusión sobre el papel de la sociedad civil y el sector privado en el cumplimiento de estos objetivos, en especial el de ‘Cero hambre’.
Si bien se habla mucho de la importancia del sector privado, se restringe su capacidad de acción a un tema de “moldear y cambiar hábitos de consumo”, pero creo que un sector privado comprometido puede tener un rol mucho más protagónico.
Con respecto a estos nuevos objetivos, el sector privado tendrá un papel crucial de liderazgo en cuanto a su implementación y medición, así como coadyuvando a asegurar la continuidad de las políticas a través de alianzas público privadas, incluso con cambios de gobierno.
Asimismo, aportará, sin duda, el capital más importante para lograr un buen tránsito por la senda de desarrollo: no solo brindando empleo, pagando impuestos y permitiendo que el estado redistribuya los recursos para sacar a miles de personas de la pobreza, sino también comprometiendo recursos importantes en apuestas sociales ligadas al logro de estos objetivos.
La responsabilidad de que esta agenda de desarrollo se cumpla es de todos.
Gonzalo Restrepo
Presidente de la junta directiva, Fundación Éxito