Columna Dr Gonzalo Restrepo L.

De los datos a los porqué

Escrito por Fundación Éxito | Feb 14, 2022 3:27:52 PM

Un punto que podría jugar a favor de la niñez cuando se dan a conocer estudios o informes que muestran los problemas sociales que tanto la afectan, y es que se abre la posibilidad de que muchas más personas se interesen en cuestionar las causas de esos problemas.

Al hablar, por ejemplo, del hambre y de desnutrición infantil, la discusión tendría que trascender el triste dato de la prevalencia de desnutrición crónica en menores de 5 años en Colombia: 10.8 % (ENSIN, 2015) —cerca de 500.000 niños y niñas no crecen sanos— para plantear las preguntas correctas que nos lleven a erradicar este mal silencioso, por lo demás, evitable.

El embarazo adolescente, uno de los determinantes sociales de la desnutrición crónica, es una de esas causas que amerita una revisión urgente y un despliegue mediático completo para despertar la capacidad analítica de la sociedad en su conjunto, apelando al sentido común. Los niños y niñas de madres entre los 10 y los 19 años de edad tienen mayor riesgo de sufrir este tipo de malnutrición.

Se sabe que sin una buena alimentación y con las necesidades básicas insatisfechas es difícil lograr el desarrollo adecuado del cerebro. La probabilidad de aprovechamiento del potencial individual se desvanece y los efectos en estas condiciones se harán evidentes en la vida adulta, porque entonces la comparación de este individuo con alguien que creció sin desnutrición será implacable: rezago evidente en los años de educación acumulados, en el coeficiente intelectual y en la capacidad adquisitiva.

Es altamente probable que al crecer, quien tuvo desnutrición en la primera infancia, repita un cuadro similar al de su progenitora, convirtiéndose también en madre o padre adolescente para prolongar este cruel legado generación tras generación.

La realidad de una madre con menos de 19 años no es nada alentadora. En ese momento el cuerpo aún no ha completado la maduración de sus órganos, lo que hace mucho más complejo que en pleno desarrollo tenga que asumir el desarrollo de otro ser. Si a eso se suma que sus condiciones socioeconómicas limitan la alimentación saludable, la formación de un bebé se convertirá en una lucha desequilibrada que los dejará menoscabados a ambos.

Y las implicaciones son tanto físicas como emocionales. Durante la adolescencia aún no ha terminado el crecimiento del músculo esquelético, no se ha perfeccionado la aptitud cardiorrespiratoria y está en proceso aún el neurodesarrollo, por eso es paradójico que el sistema reproductivo sí pueda cumplir con su misión. En esta contradicción de nuestra propia naturaleza se origina el inmenso desafío que ha tenido la humanidad para hacer de la salud sexual y reproductiva un punto obligado de la educación.

Los estudios desde la neurociencia, la biología y la sicología explican que justamente que los lóbulos frontales son la última área del cerebro en madurar. Se estima que solo hasta después de los 20 años están listos para cumplir la función de coordinar la toma de decisiones complejas, el control de impulsos, la capacidad de tener en cuenta varias opciones, las consecuencias de esos impulsos, es decir, todo aquello que debe estar sincronizado internamente para asumir la experiencia trascendental de la maternidad o de la paternidad.

No es menos relevante el hecho de que los sueños o las ilusiones de los adolescentes se desdibujen ante un embarazo no deseado. Al convertirse en niñas criando niñas(os), se interrumpen o se trastocan ideales que en otras circunstancias, se transformarían en impulsores de progreso. En la mayoría de estos casos alimentan la frustración.

Ni el cuerpo, ni la mente de una adolescente están listos para procrear. Aún en condiciones físicas óptimas, en hogares estables donde la espera de un hijo o hija se comparte en pareja o en familia, la gestación y la crianza traen consigo luces y sombras, descubrimientos gratificantes y angustiantes, lecciones intensas, casi siempre todo a la vez.

El dato en Colombia de la gestación en la adolescencia es de 17.3%: se da en 1 de cada 6 casos, (ENDS 2015). ¿Por qué? La prevención del embarazo adolescente debería ser prioridad. Es una suma de vidas truncadas que agudizan la insatisfacción, la pobreza y la inequidad.

 

 

Gonzalo Restrepo L.
Presidente Junta Directiva, Fundación Exito