Hay en el mundo miles de niños y niñas que han tenido que pasar esta pandemia en silencio. Y en soledad. A pesar de crecer rodeados de adultos, de haber tenido cerca maestros adultos y de vivir en ciudades gobernadas por adultos, hay niños y niñas desprotegidos, apartados, invisibles. Ignorados.
Ha sido poco usual en estos tiempos de sufrimiento colectivo, que la prioridad sea la niñez. A pesar de los recurrentes acontecimientos extremos que afectan la supervivencia, la dignidad o la integridad de los menores de 5 años, hay lugares aquí que parecen conformarse con verlos crecer con hambre, sin afecto y rezagados.
Pero hay ciudades en el mundo que aunque estén lejos de la perfección, nos muestran que la voluntad puede ganarle a la indiferencia para que la población infantil ocupe el sitio que merece. Y esto se debe entre otros al pedagogo italiano Francesco Tonucci y su equipo de trabajo en la red de “La ciudad de los niños y las niñas” conformada por cerca de 200 ciudades de Europa y Latinoamérica. Este es un modelo reconocido en el mundo como inspirador referente para la formulación de políticas públicas de primera infancia.
Como lo relata en su libro ¿Puede un virus cambiar la escuela?, la iniciativa del profesor Tonucci en esta pandemia incluyó la creación de un laboratorio internacional para hacer dos llamados a los alcaldes de dicha red: el primero fue instarlos a hablar con los niños y las niñas, pero sobre todo a escucharlos. El segundo fue invitarlos a convocar consejos de niños y niñas a través de plataformas informáticas.
Los hallazgos en los ejercicios ejemplares de escucha en ciudades de Argentina, Perú, España e Italia, propiciaron nuevos encuentros virtuales, consejos, asambleas y campañas publicitarias promovidas por los mismos gobernantes que dieron sentido a expresiones tan genuinas como reveladoras de los niños y niñas: “a mi cuarentena le faltan los recreos, los sábados y los domingos”, “la cuarentena nos ha quitado lo mejor de la escuela y nos ha dejado lo peor: los deberes”, “a parte de los cuadernos de deberes y de la alimentación, los niños necesitamos otras cosas para ser felices…”.
Con estas opiniones como insumo, Tonucci plantea ideas para “acercar la escuela al hogar, la escuela a la familia y la escuela a las niñas y los niños” considerando que “la educación deberá estar encaminada a desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño hasta el máximo de sus posibilidades”.
Aunque escuchar y mostrar la intención de reconocer los derechos de los niños y las niñas es un gran paso, no significa que automáticamente ellos disfruten de un bienestar que les ha sido esquivo, pero sí es un acercamiento para lograrlo.
Hace más de dos décadas llegó al país el modelo de “La ciudad de los niños y niñas”, que fue referente por ejemplo en la creación de Buen Comienzo en Medellín. Hoy no podemos ser ajenos o indiferentes a su realidad.
Son imperativas las iniciativas y acciones que lleguen eficaz y oportunamente a los más desprotegidos. Ellos no son instrumento ni pueden quedar atrapados entre debates, papeleos o posiciones de ninguna índole.
Para nuestros niños y niñas el futuro es YA. ¡Para ellos solo nutrición, educación y amor!