Necesitamos más milagros -II-

    Nos gusta pensar que para esta niñez que tanto sufre podemos construir como nación un verdadero plan de salvación.

    Al tiempo que recibimos una recarga absoluta de alivio por las vidas de Lesly Jacobombaire Mucutuy (13 años), Soleiny (9 años), Tien (4 años) y Cristin (1 año), rescatados en la selva luego de sobrevivir a un accidente aéreo, es imposible no añorar un rescate parecido para los miles de niños y niñas que sin estar perdidos en la espesura de esa enigmática selva siguen siendo invisibles porque intentan crecer en medio de una adversidad temible que no hemos logrado dimensionar lo suficiente.

    Cada segundo de esos 40 días a la deriva los cuatro niños del Guaviare estuvieron privados de lo esencial. El cuidado de su familia, la pérdida de sus padres, la falta de alimentos, de abrigo, de seguridad. Por eso su encuentro nos permitió transitar de la tristeza y la desolación al júbilo, a la esperanza. Un asomo de paz. El santo y seña “Milagro” no pudo haber sido mejor escogido para indicar que, contra todo pronóstico, estos cuatro pequeños fueron encontrados vivos.

    ¿Por qué no buscar más milagros así?

    Su lamentable experiencia tiene un absurdo parecido con lo que tienen que sortear día a día cerca de medio millón de niños y niñas con desnutrición crónica hoy en Colombia y que muy probablemente adolecen de los servicios básicos y de espacios protectores, por decir lo menos. Claro que no en todos los casos hay serpientes y especies venenosas al acecho, minas que pueden explotar o la inclemencia de estar a la intemperie, pero hay similitud en varios de esos sufrimientos con efectos igualmente devastadores, porque el hambre, la violencia que separa y limita, la ausencia de afecto, el desconocimiento sobre cuáles son los alimentos adecuados en la cantidad requerida son factores determinantes que existen en la ruralidad y en ciudades capitales y todos inciden en el crecimiento sano y el desarrollo adecuado. Hay diferencias, pero en esencia persiste la tragedia.

    Nos gusta pensar que para esta niñez que tanto sufre podemos construir como nación un verdadero plan de salvación. Porque si el Estado y sus representantes en los territorios, las familias y la sociedad en conjunto demostramos empatía, compasión y solidaridad, como creo que ocurrió alrededor de los pequeños del Guaviare, entonces esa si sería una paz duradera que podemos construir con miles de vidas que podríamos salvar.

     

    Ningún niño (a), ningún día, en ninguna parte de Colombia ni del mundo puede crecer como perdido en la selva. Es por supuesto paradójico sentir que tienen que pasarnos cosas terribles como un accidente, un desastre natural o una pandemia, para darnos cuenta de lo mal que es la cotidianidad para buena parte de la población infantil y de lo mucho que se intensifican las brechas de la equidad cuando no se priorizan las soluciones.

    En este sentido encontramos especialmente valioso el trabajo del Sistema Nacional para la Garantía Progresiva del Derecho a la Alimentación y Programa Hambre Cero, definido en el Plan Nacional de Desarrollo 2022 - 2026 Colombia Potencia Mundial de la Vida que propone la articulación, coordinación y gestión entre los actores que intervienen en las acciones para la garantía progresiva del derecho a la alimentación en todos sus niveles (seguridad, autonomía y soberanía alimentaria).

    Justamente, en línea con la Organización Mundial de la Salud, hablar de seguridad alimentaria es pensar en una Colombia donde “todas las personas tienen en todo momento acceso físico, social y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos, a fin de llevar una vida activa y sana”.

    Con fe, este tipo de iniciativas que suman en la lucha por lograr cero desnutrición abonan el terreno para esperar esos ansiados milagros que le devuelvan la vida digna a tantos niños y niñas colombianos.

    Como bellamente sostiene la siquiatra y escritora inglesa Sue Stuart-Smith: “… para contrarrestar las fuerzas negativas y autodestructivas, tenemos que cultivar una actitud atenta y creativa. Sobre todo, necesitamos reconocer qué nos alimenta”.

     

    Por Gonzalo Restrepo

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