Niñez solidaria en ciudades llenas de excusas

    No hay narrativa ni discurso político que explique porqué se dejan a la deriva miles de niños y niñas justo cuando viven la oportunidad irrepetible de aprovechar su potencial en los primeros dos años de vida.

    La pandemia. Las novedades contractuales, los cambios de gobierno, de nombres y de denominaciones. La plataforma, los contratistas. Lo administrativo. Si para quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones por la primera infancia –por ejemplo, en las tres ciudades principales de Colombia– no son prioridad sus derechos fundamentales, la suerte de quienes inician la vida con mayor vulnerabilidad socioeconómica no va a cambiar.

     

    Tampoco es por falta de instrumentos o herramientas, o una legislación consecuente. Además de la constitución, las leyes y la Política Pública de Cero a Siempre, hay marco jurídico que respalda acuerdos y declaraciones internacionales. ¿Por qué no se cumplen?

     

    Y hay más, para restar. En Bogotá se construyó la Primera Guía de Atención a la Desnutrición Crónica (retraso en talla), con enfoque de salud pública, que demostró que es posible erradicar esta forma de malnutrición desde una óptica integral, intersectorial e interinstitucional en alianzas público-privadas. ¿Qué sucede hoy? No se ha socializado ni implementado al 100 % para aprovechar sus evidencias en favor de la niñez.

     

    En Medellín el programa Buen Comienzo, otro referente nacional e internacional, está deslucido, por decir lo menos. Tiene el potencial de mostrar que la Política Pública de primera infancia puede cumplirse en cada territorio, cuando hay voluntad y determinación de darle la talla a la niñez. Pero su cobertura y el tiempo de atención (inició en 2021 con el mayor retraso de los últimos ocho años) han desmejorado en modalidades como la familiar en que están las madres gestantes y los menores de dos años: el momento de la vida el el que una intervención integral tiene mayor probabilidad de ser exitosa.

     

    Cali, hasta 2019, había registrado en general mejores indicadores que los promedios nacionales, pero entre 2020 y 2021 aumentaron todos los tipos de desnutrición infantil (en menores de cinco años), disminuyó el porcentaje de madres que asisten a más de cuatro controles prenatales, aumentó la mortalidad por desnutrición y el hambre no da tregua.

     

    Estos son solo algunos de los elementos que forman parte del panorama alarmante que describen los observatorios de veeduría ciudadana Cómo Vamos, en Medellín, Cali y Bogotá, en los informes sobre el estado de la primera infancia de dichas capitales basados en la información reportada por las respectivas administraciones.

     

    En general, los niveles prepandémicos, que incluso no estaban bien, no se logran en lo que respecta a la nutrición materno infantil. Veamos algunos indicadores clave para ilustrar: desnutrición crónica y peso al nacer en estas tres ciudades.

     

    Los niños y niñas no se están alimentando bien y por eso además de enfermarse (ante la falta de comida más otras tantas carencias, como el agua potable o el alcantarillado) no se están desarrollando de forma adecuada: la desnutrición crónica en Medellín pasó de 7,4 % en 2019 a 7,8 % en 2021 (la más alta de los últimos ocho años). En Cali pasó del 7 % en 2019 a 10,8 % en 2021 (la más alta de los últimos seis años). Bogotá es la única que muestra mejoría al pasar de 12,1 % en 2019 a 11 % en 2021. Aunque el promedio nacional está en 10,8 % (ENSIN, 2015).

     

    Si un niño o niña nace pesando menos de 2.500 gramos, sufre desde el inicio de la vida el riesgo de un rezago en su desarrollo. En Medellín, la proporción de niños y niñas que nacieron por debajo de este estándar de peso en el año 2021 es mayor a lo registrado en los últimos ocho años. En Cali, en 2019, fue 8,7 % y subió al 9,9 % en 2021. En Bogotá pasó de 14 % en 2019 a 14,9 % en 2021.

     

    Tantos años después parece que las palabras de Gabriel García Márquez en su clamor por América Latina siguen vigentes aún y tristemente para la niñez colombiana en su propio país: “Hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”.

     

    No hay narrativa ni discurso político que explique porqué se dejan a la deriva miles de niños y niñas justo cuando viven la oportunidad irrepetible de aprovechar su potencial en los primeros dos años de vida. ¿Hasta cuándo los dejaremos solos?

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