Las innovaciones, la literatura, las artes, los oficios, el emprendimiento. Es larga la lista de las posibilidades del intelecto humano, el complejo y sorprendente proceso que se origina en el cerebro. Y una de sus reconocidas ventajas es la plasticidad, gracias a la cual quien haya gozado de un desarrollo cerebral adecuado en sus dos primeros años, podrá seguir potenciando en mayor medida el aprendizaje y la innovación.
Gracias a la plasticidad, el verbo ejercitar adquiere un sentido especial. Dicen los expertos que un estímulo logra crear nuevas conexiones neuronales cuando se hace algo por primera vez. Y luego con la repetición se va logrando que la actividad se haga mucho más fácil. Asi entonces un cerebro es más eficiente porque “ya ha recorrido el camino”. Es por eso que sentimos que hacer lo que ya aprendimos nos fluye. Luego, está científicamente demostrado que nos podemos volver expertos en lo que escojamos.
Cuando se trata de la crianza de quienes inician la vida, los sentimientos son la base y el paso que sigue es la capacidad de demostrarlos.
Lo explicó Aristóteles al referirse a las virtudes humanas, “…Lo que hay que hacer después de aprenderlo, eso lo aprendemos haciéndolo: por ejemplo los hombres se hacen constructores, construyendo…”. O como lo dijo el poeta Antonio Machado, la mirada se hace al mirar. O Juan Manuel Serrat, “se hace camino al andar”. Igualmente, podríamos decir que las familias se hacen amorosas, amando.
En estos momentos, muchos de nuestros hogares se han convertido en espacios llamados a fortalecer los estímulos iniciales, los que el cerebro necesita para desarrollarse y lanzarse a la vida de las experiencias. Y esto sólo se logra con una alimentación nutritiva para nuestros niños junto a esa otra nutrición que es la demostración de afecto. La nutrición del alma como podriamos llamarla.
Suena tan obvio, que suponemos que ocurre de forma generalizada, pero lo cierto es que las demostraciones de afecto se ausentan para muchos niños y niñas más de lo que pensamos. Y cada omisión es un ingrediente menos en la dieta básica que necesita su cerebro en pleno desarrollo neuronal y en su lucha de vencer temores por la incertidumbre de un mundo desconocido.
El afecto no puede llegar a medias a un niño, ni por intervalos, ni con privaciones prolognadas según el estado de ánimo del adulto. No es exigencia exagerada, realmente representa una oportunidad trascendental en los primeros años de las niñas y niños. Especialmente antes de los dos años. En este lapso reciben “en vivo” el estímulo afectivo que les permite conectarse con el entorno para el resto de la vida. Porque ese es el tiempo y momento en que se inician las funciones más complejas y trascendentales par el futuro como la toma de decisiones, la planeación, el control de las emociones, la empatía, el lenguaje, la memoria… Y todas se activan cuando un niño está bien alimentado y bien amado en sus primeros mil días de existencia.
Palabras dichas con pausa y respeto, lecturas dedicadas, una canción entonada o una nota musical escuchada en compañía. Las miradas que abrazan, la presencia que calma, son expresiones que estimulan la conexión de millones de neuronas para dejar preparado el terreno donde la mente humana siga desplegando su potencial. El “cerebro abonado” permite una vida fructífera.
Las rutinas saludables para con nuestras niñas y niños son muy buenas aliadas en estos momentos de confinamiento. Hábitos simples como leerles cada día, un rato en el mismo horario, o hablar durante los rituales cotidianos de la alimentación, son fuente novedosa de aprendizaje para ellos, son los detalles que enamoran, estimulan y forman.
Tomando las palabras de la nobel chilena de literatura, Gabriela Mistral: “Enseñar siempre: en el patio y en la calle como en la sala de clase. Enseñar con la actitud, el gesto y la palabra”.
Aprovechemos el confinamiento para que sobre el amor para las niñas y niños de Colombia.
Gonzalo Restrepo, Presidente Junta Directiva Fundación Éxito