¿Por qué son tan importantes los primeros años de vida del ser humano? Desde el momento de la concepción y durante la primera infancia, específicamente los dos primeros años de vida, el cerebro de una persona se desarrolla a un ritmo más acelerado que en cualquier otra etapa de la vida y crea las conexiones necesarias para que su desarrollo sea ideal. A los dos años de vida, el cerebro humano, tiene el 85 % del desarrollo que va tener a lo largo de toda su existencia.
En este proceso de desarrollo, influye de manera potente la alimentación. Esta no es exclusiva desde que nace el niño o niña, se da desde la misma gestación. Desde ese momento se garantiza el derecho humano a la alimentación y con eso como precedente, se desarrolla posterior una práctica protectora y salvadora: la lactancia materna. Lactar es el acto de amor que más alimenta, el primer antídoto contra la desnutrición y es la puerta de entrada a la interacción de madre e hijo (a); es vital, ya que genera vínculo de calidad y crea un entono de cuidado y protección del nuevo ser.
¿Pero la alimentación es lo único importante para nutrir el cuerpo y alma de los bebés? No, no lo es. La cero desnutrición en los niños y niñas también se logra con estimulación, con afecto y prácticas de cuidado y de crianza protectoras y respetuosas. Para lograr un adecuado equilibrio de nutrición en cuerpo y alma, en los primeros años de vida, se requiere de madres y adultos cuidadores, empoderados y conscientes de la importancia de la crianza amorosa. No obstante, son variados los factores que ponen en riesgo este estándar de cuidado, por citar sólo dos de estos factores, tenemos el embarazo adolescente y los bajos niveles de escolaridad de las madres.
Es numerosa la evidencia que se reporta sobre las consecuencias negativas para la salud y el desarrollo social de los países que tienen embarazo adolescente. Aún así, en Colombia la prevalencia de embarazo adolescente es 17 % (Dane 2021), cifra que tristemente aumentó entre 2020-2021 (en niñas entre 12 y 14 años). En cuanto a la educación de las mamás, se tiene evidencia suficiente para afirmar que los hijos de madres con bajos niveles de escolaridad, aumentan en seis puntos porcentuales el riesgo de tener desnutrición crónica.
Con esto sobre la mesa reafirmamos que la edad y la educación de la madre son dos de los determinantes sociales estructurales más relevantes de intervenir para lograr erradicar la desnutrición en Colombia. Alimentar el alma y propender la educación formal de las niñas, jóvenes y mujeres, es un imperativo al momento de intervenir el gran flagelo de la desnutrición, puesto que una mujer educada e informada es una mujer empoderada y con potencial social que permea sus hijos, su entorno y su comunidad de desarrollo individual y colectivo. Esto se reafirmó por la Dra. Paula Taborda, en el IV Congreso de Lactancia Materna, realizado durante la última semana de mayo en Bogotá y Barranquilla, en una alianza del Ministerio de Salud, la Fundación Éxito, la Universidad de los Andes y la Universidad del Atlántico.
Si nutrimos el cuerpo, nutrimos el alma. Esta combinación de excelencia, potencia el desarrollo cognitivo, social y emocional de los niños y niñas. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), es durante los primeros años de vida, de la mano de la familia y los educadores, que se forman en el ser humano las habilidades para tomar decisiones, resolver problemas, ser solidarios, trabajar en equipo y tener resiliencia. Estas habilidades constituyen los cimientos de las distintas competencias que se desarrollan durante el curso de vida y que son un prerrequisito indispensable en el éxito y competitividad de las sociedades productivas.
Un ejemplo de este contexto es que los niños y niñas de condiciones socioeconómicas vulnerables, hijos e hijas de madres con menores niveles educativos y que no tienen contacto con experiencias que los enriquezcan, cognitiva y emocionalmente en sus primeros años de vida, tienen un 25 % más de probabilidades de deserción escolar, un 40 % más de probabilidades de convertirse en padres adolescentes y un 60 % menos de probabilidades de estudiar en la universidad en comparación con quienes han recibido el apoyo adecuado desde la infancia (Stanford Social, 2023).
La ciencia nos da una mano para insistir y persistir en la transformación de nuestras nuevas generaciones, buscando crear una nueva realidad que pueda prevenir y resolver las carencias presentes. La atención integral de la primera infancia y el empoderamiento de madres educadas e informadas es el camino, no solo para el alma, sino también para el cuerpo de todos los niños, niñas y madres del país, que nos acerca a la meta de un país con cero desnutrición y con ruptura generacional de los círculos de pobreza.
Por Gonzalo Restrepo