Por: Gonzalo Restrepo
Es difícil narrar alguna época o etapa de la historia sin tener como referencia una guerra. Pero antes, durante y después de los conflictos que enfrentan a los hombres, han surgido también ejemplares soluciones humanitarias dignas de ser contadas, como lo ha sido el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (WFP por sus siglas en inglés).
El valor de este programa es una paradoja propia de nuestra especie: lucha en medio de conflictos y guerras y por eso merece el Nobel de Paz.
Luego de haber nacido como un experimento en la década de los 60, el WFP se ha fortalecido a fuerza de arriesgar todo para alimentar gente sumida en la nada. Se pueden quedar cortas palabras como devastación, inseguridad, inestabilidad, al conocer las condiciones de esas cerca de 100 millones de personas que padecen hambre en el mundo y que reciben cada año la asistencia alimentaria de este programa insigne.
La mirada del Comité Noruego del Nobel además de identificar el valor del WFP como el organismo multilateral más grande del mundo dedicado a combatir el hambre, se detuvo en uno de los méritos que evocan el sueño de Alfred Nobel, el de promover la fraternidad. Es bastante superior este propósito, puesto que se trata de socorrer a seres humanos inmersos en situaciones que ni ellos mismos a veces pueden explicar. Distantes, anónimos, callados: tienen que ser tratados como hermanos.
Ajustado al contexto de la covid-19, el Nobel de Paz le da visibilidad a una labor de amplias proporciones, tanto como el problema que busca resolver. El hambre, que es una ausencia letal nace del conflicto y se vuelve conflicto. Aumenta por la pandemia pero es en sí mismo una emergencia. Y ante la incertidumbre, lo que mejor resume las acciones solidarias oportunas que el mundo hoy precisa está en la declaración que hizo justamente la organización al recibir la distinción: “Hasta el día en que tengamos una vacuna médica, la comida es la mejor vacuna contra el caos”.
El WFP es uno de los abanderados del ODS #2 Hambre cero. Y su invitación a las personas naturales y jurídicas es a cooperar para lograr soluciones duraderas. Lo hacen reconociendo que solos jamás podrán soñar con un mundo sin hambre, y con la convicción de que la ayuda cuando es genuina y oportuna, no solo tiene una retribución individual porque alivia y le devuelve la dignidad a cada persona que se beneficia, sino porque el gesto de movilizar recursos y capacidades es la más legendaria y potente forma de trabajar por la estabilidad y la armonía de una sociedad que quiera perdurar.
No es lejano ni imposible en Colombia su llamado. Tenemos buenas iniciativas desde diferentes sectores que se conectan con el imperativo de luchar contra el hambre, la desnutrición y la inseguridad alimentaria. La clave para trascender las propuestas está probablemente en asumir que nadie puede solo, que tenemos que colaborar.