Un bien familiar

    Una familia tiene el potencial de convertir los “qué” básicos en procesos de crianza exitosos: no solo es tener comida, techo, abrigo, agua, una mamá, un papá, sino cómo llegar al corazón de los niños y niñas.

    La familia como concepto evoca presencias, relaciones, símbolos. También son varias las referencias según su origen etimológico. Una de ellas vincula familia a la raíz fames (hambre) para referir que pudo haber sido entendida por los romanos de la antigüedad como el “conjunto de personas que se alimentan juntas en una casa”.

    No dista mucho este acercamiento a una de sus válidas referencias actuales. Aunque el concepto se ha transformado sigue vigente su asociación a las personas y al espacio que facilitan en principio, las vivencias más significativas y trascendentales de la existencia, como la alimentación.

     

    “La familia es el mundo por excelencia de la diversidad de sentimientos, de las emociones más profundas, de los afectos más pertinaces, de la confianza y la certeza más próximas…” sostiene la socióloga de Familia María Cristina Palacio.

    Y es que es mucho lo que una familia puede hacer por sus integrantes más pequeños, por no decir que todo. Más allá de proveer los recursos económicos -que son necesarios- el amor, el cuidado consciente, la interacción, pueden superar muchas condiciones adversas y forjar seres humanos con mejores capacidades de adaptación y desempeño, que difícilmente podría lograrse en cualquier otro escenario social.

    La solución de necesidades esenciales: calmar el hambre, apaciguar el miedo, asegurar la higiene, entendidas no como tareas aisladas o mecánicas, sino como experiencias o rituales que fortalecen cuerpo y alma, son las formas en que una familia puede recrear los ambientes de afecto y de seguridad moral a los que se refiere la declaración universal de los derechos de los niños y las niñas de las Naciones Unidas.

    Expertos de diferentes saberes y enfoques coinciden en advertir la correlación que existe entre el entorno en que se crece, la incidencia de las acciones de quienes están más próximos en esta etapa y la respuesta sicológica y social que se afianza en los primeros años de vida en los procesos de crianza.

    El chileno Humberto Maturana, doctor en biología, sostenía que el ambiente que rodea a los seres vivos –incluyendo a los humanos- puede cambiar su devenir, aunque exista cierta estructura genética: “…un ser vivo es como es en cada instante no porque alguno de sus componentes determine cómo debe ser, sino porque ha comenzado con cierta estructura inicial y ha tenido una cierta historia particular de interacciones”.

    En sentido similar el doctor en economía Adolfo Meisel, autor de la investigación “Estudios Antropométricos en Colombia” refiere la incidencia del entorno en el aumento de talla o estatura de los niños, niñas y adolescentes del país a través del tiempo. La variación de la talla es clave, porque indica si un niño está creciendo sano o no.

    Según este trabajo del investigador colombiano, “La estatura final de las personas depende de su potencial genético y de factores ambientales, salud, nutrición, y algunos aspectos socioeconómicos, que influyen directamente en que se logre la máxima estatura posible, según su herencia”.

    Una familia tiene el potencial de convertir los “qué” básicos en procesos de crianza exitosos: no solo es tener comida, techo, abrigo, agua, una mamá, un papá, sino cómo llegar al corazón de los niños y niñas.

    El reto es enorme, pero de igual magnitud es la oportunidad de poder incidir positivamente en la primera infancia.

     

    Gonzalo Restrepo L.

    Presidente Junta Directiva Fundación Exito

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