El niño, de ojos negros brillantes de inteligencia, pelo ensortijado y una risa que brota de sus labios haciendo sonreír a cualquiera, nació en un barrio marginal de Medellín en 2004 y empezó a caminar en 2006. Se llama Bernardo. Aprendió con facilidad a hacer amistades gracias a su vivacidad, a su carácter encantadoramente abierto. De hecho, desde sus primeros pasos contó con una “barra” de adultos dispuesta a hacerlo crecer. Gobernantes, empresarios, familias, educadores, sicólogos, nutricionistas, la comunidad, personas que aún sin conocerlas, han hecho parte de su vida acompañándolo, apoyándolo, respetándolo. Se trata del programa Buen Comienzo, de Medellín, que ha sido, como se dice en esta tierra, “muy querido” por quienes han podido acceder a él. Es el mismo que ha velado para que Bernardo, la imagen de tantos otros niños, tenga el buen comienzo al que tiene derecho.
La personificación de Bernardo, le cae bien a este programa. La vocación de Buen Comienzo, ese “alguien” en su vida que enseña, estimula, y orienta, que sana, alimenta, protege y forma, le ha permitido actuar con todos los sentidos, cultivando de manera completa su capacidad de ser. Un programa que se ha regido por el precepto de la atención integral de la primera infancia, capaz de reconocer que según la edad, el género y el entorno, los niños y niñas necesitan respuestas diferentes y al mismo tiempo, simultáneas, para poder crecer y desarrollarse sanos, tanto física, como emocionalmente. De esta manera se puede cumplir con la responsabilidad de garantizar sus derechos.
Haciendo honor a su nombre, Buen Comienzo existe para extender un manto protector a miles de niños y niñas medellinenses entre los 0 y los 6 años de edad. Pequeños que por sus condiciones socio económicas, sufren entre muchos riesgos, uno de los más dolorosos para el ser humano, como es el de no poder descubrir a tiempo su potencial individual por carecer de estímulos esenciales aún desde antes de nacer, además de la ausencia de una sana y equilibrada nutrición, que debe iniciarse con la alimentación de las madres embarazadas y la lactancia materna. Dos condiciones fundamentales, que en Medellín siguen siendo un reto para la atención integral de sus niños y las niñas.
Por esta razón, la suerte de Buen Comienzo es la suerte de la primera infancia en Medellín. La cobertura, la calidad y el número de días de atención, han sido aspectos clave en la veeduría ciudadana, puesto que las tres características básicas de la intervención en esta etapa de la vida exigen que sea temprana, constante y efectiva*. Estas características deberían primar en las diferentes modalidades de atención que hoy ofrece el programa: la familiar para las madres gestantes y los niños y niñas menores de dos años, así como las diferentes ofertas institucionales e itinerantes para los niños y niñas de 2 a 6 años.
Sin desconocer los desafíos, la institución ha recibido con orgullo el reconocimiento local, nacional e internacional de entidades oficiales y no gubernamentales, por el cumplimiento destacado de sus funciones. Gracias a ello, es natural esperar que Buen Comienzo avance en la senda de consolidación como estrategia de articulación intersectorial e interinstitucional para garantizar la atención integral a la primera infancia, incluida en el Sisbén.
Los sectores público, privado y social de la ciudad, este último representado por entidades sin ánimo de lucro con muchos años de trayectoria y transparencia, se han sumado a lo largo de los años para apoyar la misión de este programa. Gracias a este ejemplo, Colombia puede ver que la Política Pública de primera infancia puede cumplirse en cada territorio, siempre y cuando existan la voluntad y la determinación de darle la talla a la niñez.
Por tratarse de un programa que cuida la vida de los niños y las niñas, es necesario que se le reconozca su importancia, situándolo en un lugar de preeminencia. En este momento, su gran preocupación debe ser lo que la evidencia científica ha demostrado hace tiempo: los efectos irreversibles en el desarrollo de los niños y niñas por la ausencia, la no continuidad, o los vacíos en la atención de sus necesidades esenciales. Efectos devastadores, irremediables, que, como se ha demostrado, pueden evitarse para que así, en lugar de permanecer en un lugar de desventaja, el futuro de estos pequeños sea el más promisorio y su lugar en la sociedad, tenga todas las posibilidades de ser tan destacado como el que más.