Sorpresiva y real es esta pausa que nos obligó a aumentar el ritmo en otros frentes. El covid-19 nos está exigiendo sortear nuevos escenarios y afrontar sentimientos encontrados, pero prevalece el deseo genuino de conservar la vida, un propósito que pone a la salud como una prioridad sin discusión. De todo nos sirve reconsiderar y actuar para construir nuestro nuevo después, como individuos y como nación.
Ya tienen un nuevo sentido los llamados para ocuparnos de lo esencial. Han sido innumerables las reflexiones calladas o públicas sobre asuntos tan obvios que estábamos dejando pasar de lado, sin querer o sin saber. Vemos que el lavado completo y continuo de manos con agua y jabón, los hábitos de higiene y alimentación, e incluso las prioridades de inversión en salud y en servicios básicos en todos nuestros territorios, son asuntos de infinito sentido humanitario, cuya ausencia nos muestra cómo la prisa y el llamado multitask nos distrae —a menudo— a ciudadanos y países.
Estas antiguas amenazas quedan entonces al descubierto. Y verlas de cerca también nos ayuda a afrontarlas.
Sin embargo, la preocupación generalizada se volvió insumo para descubrir cualidades y capacidades escondidas, lo mejor de cada uno. El seguir de pie en plena adversidad nos permite, además de ser solidarios, volver a mirar con otros ojos nuestro entorno, no como un paisaje inanimado, sino como el espacio donde la vida tendrá nuevas oportunidades de ser cuidada y dignificada.
¿Cuál sería el nuevo primer paso hacia adelante? Solo pensarlo nos puede llevar a darlo mejor. Desde la casa, que recuperó su connotación de refugio, tendremos que mirarnos para volvernos a ver. Reponernos y adaptarnos son las dos acciones principales que se atribuyen a la resiliencia. Es, sin duda, el “as” bajo la manga que todos tenemos: la primera, la segunda, la tercera edad, empresarios grandes y pequeños, gobiernos, entidades no gubernamentales, familias y sociedad.
Podemos escoger caminos. El papa Francisco nos dice que no le gusta mucho hablar de optimismo, sino que prefiere hablar de esperanza, y asegura que la tiene en los hombres, en las mujeres, en los pueblos. “…Tengo fe, vamos a salir mejores”, exclamó en una reciente entrevista al referirse a la actual emergencia. Al médico sueco Hans Rosling, célebre por el uso de datos para entender el desarrollo, tampoco le gustaba que lo llamaran optimista. Él se autoproclamó “posibilitista muy serio”, en su lucha por demostrar con la estadística que el progreso está del lado del mundo que habitamos, a pesar de la existencia de problemas.
Con esperanza y las posibilidades que la ciencia brinda, podremos asumir el hecho de que nadie puede estar bien si todos no estamos bien. Sin duda, las decisiones en la salud y la economía de los estados tendrán que ir de la mano, pensadas desde la visión integral que permita la articulación que tanta falta nos ha hecho. En un país como el nuestro, la preservación del empleo privilegiando el cuidado y la integridad de las personas debe ser un imperativo para el Gobierno.
Si logramos conectarnos desde la soledad y afianzar lazos de unión superando la distancia, también podremos esperar que las prioridades de los nuevos gobiernos incluyan ocuparse de estas impostergables necesidades que surgen como consecuencia de esta pandemia, con su mirada puesta en aquello que representa el verdadero bienestar para nuestra sociedad.
Gonzalo Restrepo, Presidente Junta Directiva Fundación Éxito