Si hay que encontrar un indicador que nos muestre que todos somos iguales, ese está en el potencial del desarrollo neuronal y en el proceso de conexiones sinápticas presente en este lapso único, y que difícilmente vuelve a aparecer, por más cerca o lejos que crezca un ser humano del mar mediterráneo o del pacífico; del trópico o de los polos.
Al tiempo que todo está dado para convertir las posibilidades humanas de razonar, sentir, interactuar y emocionarse en grandes habilidades, también éstas pueden quedarse truncadas o desvanecerse cuando se es niño, justo en los primeros mil días de vida. Me llamó la atención encontrar sintonía con mi persistente inquietud en el artículo de Shael Polakow-Suransky, presidente del Bank Street College of Education publicado recientemente en el New York Times bajo el título “How to End the Child-Care Crisis”*.
Si bien la situación de su país, y sobre todo de la primera infancia norteamericana dista en muchos aspectos de la nuestra, como especie, todos los individuos tenemos un punto de partida, un momento excepcional que puede llegar con la inimaginable capacidad de generar miles de conexiones neuronales; tantas cuantas sean promovidas por el alimento indicado, los estímulos, el amor y el cuidado que se recibe desde el nacimiento y en esos meses críticos iniciales. Porque como bien lo subraya el profesor Shael Polakow-Suransky, en una traducción personal de su escrito: La arquitectura cerebral temprana de un niño da forma a todos los aprendizajes y comportamientos futuros. Este es también el período de nuestras vidas en el que somos más vulnerables a los traumas. Las experiencias como la falta de vivienda, la separación familiar forzada o la exposición a la violencia inhiben la capacidad del niño para aprender y formar relaciones de confianza. A los 24 meses, muchos niños pequeños que viven en la pobreza muestran retrasos cognitivos y de comportamiento. Sin embargo, igualmente poderoso es el impacto de un padre, madre o maestro sintonizado que entiende cómo construir relaciones amorosas y receptivas que puedan estimular el aprendizaje y reparar el daño causado por el trauma”.
Las oportunidades en el inicio de la vida están servidas para cualquier niño en el mundo. Y el aprovechamiento de ese tiempo crucial es un derecho fundamental que debe ser garantizado por quienes le rodean. Y así como es individual la ganancia que queda para la posteridad de una persona protegida integralmente al empezar la vida, también los réditos sociales y económicos necesariamente tienen un impacto en la sociedad. Vale la pena tomar para Colombia el llamado que Shael Polakow-Suransk dirige a sus compatriotas: “(…)Si nos importa la igualdad de oportunidades en este país, debemos proporcionar más fondos para bebés y niños pequeños. Las investigaciones muestran que invertir en la primera infancia produce un rendimiento anual del 13 por ciento porque una atención de calidad conduce al éxito en el colegio, al aumento de los ingresos, a una mejor salud, al fortalecimiento de las familias y a la reducción de las tasas de delincuencia”.
*https://www.nytimes.com/2019/05/24/opinion/child-care-crisis.html
Gonzalo Restrepo, Presidente Junta Directiva Fundación Éxito