Proteger la niñez, un deber ciudadano

    Para la atención a la niñez, en las instituciones se necesita, más que de cifras estadísticas, de procesos y procedimientos que permitan georreferenciar, con nombres propios, edad y residencia.

    Desde la Junta Directiva de la Fundación Éxito compartimos la inquietud constante por maximizar la protección de nuestra primera infancia. Mi compañero Gabriel Jaime Arango, experto en educación, lo ha sintetizado en estas palabras.

    Cuando en verdad una sociedad desea ser civilizada, humanitaria, justa y democrática, se empeña en crear un modo de vida en el cual las personas se organizan “alrededor de actividades de cooperación, deliberación y toma de decisiones compartidas en función del bien común”, tal como lo señaló desde 1916 el pedagogo y filósofo estadounidense John Dewey (1859-1952).

    Recomendable es entonces que los colombianos nos pongamos de acuerdo en hacer de la niñez, de su cuidado y protección integral, un propósito nacional. Los niños menores de cinco años son aproximadamente tres millones ochocientos mil, cifra bastante manejable para que sus necesidades primordiales de seguridad alimentaria y afectiva, nutrición, educación y estimulación cultural, quepan en la distribución y aplicación de los recursos económicos a cargo del Estado nacional, regional y municipal, que cuenta además con el apoyo del amplio grupo de organizaciones y fundaciones privadas que comparten la misión.

    Entre las acciones que los ciudadanos tenemos pendientes de asumir como un todo, están las demandas de la niñez, en especial de la que vive y crece en forma desprotegida y vulnerable. Como en su tiempo lo expresó el neurobiólogo y pedagogo uruguayo Clemente Estable (1894 – 1976) “Debemos ir al encuentro del niño con lo mejor del hombre, para salvación del niño, y para salvación del hombre”.

    Para el efecto, tres requisitos han de cumplirse: comprensión y sensibilidad moral ante las carencias de los niños sumidos en la pobreza económica y educativa de sus entornos familiares, manifiesta voluntad ciudadana de solidaridad con los niños en desventaja, y exigencia perentoria de los electores a sus elegidos en cargos del Estado para que se ocupen de la niñez.

     

    Lo mínimamente esperado por los ciudadanos de sus gobernantes, hombres y mujeres de empresa y líderes cívicos o comunitarios, es que sean observadores acuciosos de la realidad social, interpretes críticos de su complejidad, capaces de establecer prioridades de bien común, e idear, con visión de futuro, estrategias efectivas para la acción.

    Para la atención a la niñez, en las instituciones se necesita, más que de cifras estadísticas, de procesos y procedimientos que permitan georreferenciar, con nombres propios, edad y residencia, los niños en riesgo o víctimas de desnutrición aguda, anemia y raquitismo, carentes de agua potable, alimentación apropiada, seguridad física y afecto, con el fin llegar oportunamente hasta ellos y sus cuidadores con programas educativos preventivos o de tratamiento, a la vez que con recursos suficientes para suministrarles lo que a causa de la injusticia estructural, el desconocimiento o la indiferencia, se les ha negado. Como ya lo dijo el poeta libanés Khalil Gibran (1883-1931) “La mayor grandeza [ de una persona o una sociedad] es la que se inclina ante los niños”. Por lo tanto, tendemos a pensar que no hay razón alguna que pueda argumentarse para no hacer o continuar aplazando el esfuerzo prioritario al que estamos llamados.

    Desde el pasado, a través de la cordillera de los Andes, se ha escuchado el clamor de una educadora experimentada, también poeta y premio Nóbel de Literatura, Gabriel Mistral (1889-1957): “Muchas cosas pueden esperar, pero el niño no. Es ahora cuando se están formando sus huesos, se está construyendo su sangre, se está desarrollando su mente. A él no le podemos decir mañana, su nombre es hoy”.

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